n los últimos veinte años del pasado siglo, al calor de las guerras en Yugoeslavia, el Líbano y otras, tuvo lugar un encendido debate sobre los peligros que para la democracia suponían la identidad y los nacionalismos. Ensayos como Identidades asesinas, de Amin Maalouf; El origen étnico de las naciones, de Anthony Smith; o Comunidades imaginadas, de Benedict Anderson; y Naciones y nacionalismo desde 1788, de Eric Hobsbawm; obtuvieron gran difusión. Este último, autor de referencia en círculos marxistas, acuñó una hermosa metáfora para ilustrar el supuesto ocaso del nacionalismo. Y escribió: “El búho de Minerva levanta el vuelo al caer la noche”. Minerva es la diosa romana que se corresponde con la griega Atenea y representa la sabiduría, las artes y la conducción de la guerra. Así que, según Hobsbawm, el búho de la sabiduría levantaba el vuelo cuando llegaba la noche nacionalista. El fin del nacionalismo se completaba con otra idea expuesta por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama. En su exitoso ensayo El fin de la Historia, pretendía consagrar el sistema liberal capitalista como único en el mundo tras el desplome del imperio soviético precisamente en esa misma época. Treinta años después podemos afirmar que no eran tan científicos los leones como los pintaban. Las comunidades imaginadas eran, como siempre fueron y en el presente son, tradiciones heredadas y sustentadas en relatos o mitos que esas comunidades habían llegado a crear sobre sí mismas. Mitos fundacionales en ocasiones totalmente fantásticos como el que idealizó en el siglo VII Isidoro de Sevilla, quien contribuyó a popularizar el concepto de los orígenes étnicos y nacionales basados en las Sagradas Escrituras al afirmar que Europa había sido poblada por los descendientes de Noé a través de su hijo Jafet, supuesto fundador de España. Leyendas con una pobre base histórica como la contención de la invasión musulmana en Francia, y Europa, por Carlos Martel en la batalla de Poitiers, que en realidad fue una escaramuza contra una avanzadilla de jinetes árabes. El uso de los mitos históricos, a los que los vascos no somos ajenos, termina por mixtificar la historia generando la misma confusión que sufrió el capitán de los cuarenta ladrones, quien tras haber señalado con tiza la puerta de Ali Babá se dio cuenta de que Morgana había puesto marcas similares en el resto de los portillos de la calle y no tenía modo de distinguir la indicación verdadera, algo que frecuentemente ocurre con los mitos, las leyendas y su relación con la verdad histórica.

La identidad de una comunidad está estrechamente entrelazada con la cultura, que es esencialmente la utilización del pasado para dar sentido al presente. Esa cultura, idiomas, costumbres, folklore, literatura, música -en la Tierra no se conoce ninguna sociedad sin música- producen un decantado que llamamos Pueblo y que en determinadas condiciones políticas se constituye en Nación o Estado. Lo que ocurre es que los pueblos de los estados-nación europeos raramente elegimos nuestra nación. El sentimiento nacional y la construcción de la nación nos fueron impuestos y así hasta hoy, cuando la Unión Europea se muestra enormemente cautelosa con cualquier materia que aborda sobre las naciones sin estado, advirtiendo de la cláusula de respeto a las identidades nacionales de los estados miembros.

Vivimos tiempos muy difíciles. La crisis global de la salud, del europeísmo (brexit, Polonia, Hungría) y del estado de bienestar favorecen estados de opinión complacientes con el autoritarismo y simpatizantes con estados-centinela como China, Rusia, Corea del sur, Singapur o Venezuela. Pero la historia está repleta de vuelcos inesperados. El siglo XXI nos señala en la puerta la vieja/nueva marca de las identidades comunitarias que están constituyendo una fuerza histórica crucial porque estamos aprendiendo que para prosperar necesitamos fundamentarnos en comunidades cercanas. Fuera de estos grupos, los humanos nos sentimos solos y alienados y la identidad nos proporciona un sentido de cómo encajar en el mundo social. Esta nueva forma de identidad se establece en la comunidad necesaria: pensar en uno mismo, actuar con los más cercanos y ocuparse del bienestar económico y sanitario común, de la protección del planeta (medio ambiente) y del envejecimiento de la población, a mi juicio el mayor de los problemas a medio plazo (cinco años) que deberá afrontar la sociedad vasca. Esa es la propuesta que nos ofrece el PNV por boca de Andoni Ortuzar tras la constitución del nuevo EBB. La sociedad global y su impacto en la vasca no son ajenas a sus reflexiones, pues uno de los mayores problemas que enfrentamos ante el mercado global es la sustitución de los liderazgos por redes de los que tienen mejores contactos y no por mercados en verdad competitivos, algo que se aprecia en determinados sectores de la economía vasca.

El PNV propone la democracia social como seña de identidad vasca en el siglo XXI. Una democracia militante sustentada en una democracia en la base, experiencia en el medio y meritocracia en la cima. Lo contrario nos conduciría al enfrentamiento entre facciones, el clientelismo y la corrupción. Reconozco la dificultad de poner en marcha un proceso regenerador de la democracia en medio de la oscuridad, de las turbulencias de la pandemia y la crisis económica derivada, más difícil teniendo en cuenta la actitud de una oposición empeñada en un complicado juego de sillas musicales, un “quítate tú que me toca a mí”. Pero un país que durante tantos años solo ha conocido la paz en sueños puede permitirse soñar con una era diamantina.

Se trataría de un sueño anclado en la más profunda realidad. La sociedad vasca dispone de un buen liderazgo empresarial como ha quedado demostrado en su capacidad de adaptación industrial -especialmente centrada en los aspectos de la movilidad y lucha frente al cambio climático- e innovación, en su opción preferente por las nuevas energías, como el hidrógeno. La pandemia está demostrando que la actividad económica es imposible sin mujeres y hombres instruidos, sanos y con buen gobierno. Hay vida mientras dura la vida y la atención a los enfermos es tan prioritaria como el cuidado de la tercera edad, pues una sociedad de bienestar se examina con el trato que dispensa a sus mayores, que desde siempre han tenido un espacio respetado y considerado entre los vascos. La transparencia de la administración supone la obligación para con los ciudadanos de ofrecer una información expedita, verificable en todo momento y contrastable. De igual modo que rezar no debe ser pedir sino dar, debemos entender a la Unión Europea como destino de nuestras aportaciones políticas, en materia de autogobierno; sociales, en la atención prestada a dependientes, mayores, jóvenes e inmigrantes; y tecnológicas, con nuestros mejores esfuerzos en innovación, desarrollo e investigación. Salvo en el diccionario, el trabajo viene antes que el éxito.

El búho que alza el vuelo al anochecer, sabio por experiencia, distinguible por su agudeza visual, equipado para sortear obstáculos; la rara avis que a los politólogos y a sus contrincantes les resulta tan difícil de clasificar -¿de derechas, de izquierdas?- es el PNV que nos propone una “revolución organizada”, como Dios manda, democrática y social. Por su vuelo lo reconocéis.

El autor es abogado