ueden tener algo en común las historias de Caperucita Roja, Alicia en el país de las maravillas y Matar un ruiseñor, aparte de que millones de personas aprendimos a amar la lectura gracias a ellas? Resulta que sí: junto a otros centenares de títulos están en las listas de libros retirados de bibliotecas, colegios y universidades por la presión de organizaciones ligadas al “pensamiento único” y sus grupos mediáticos.
¿Qué razones se argumentan contra Matar un ruiseñor? Seguro que los lectores han leído el libro o visto la película, con el inolvidable Atticus Finch interpretado por Gregory Peck. Pues sus censores dicen que su argumento (el juicio de un joven negro, acusado falsamente de violación en un pequeño pueblo del sur de los Estados Unidos) alude a sexo, violencia y racismo. Además, el texto contiene la palabra negro (“niger”), hoy tabú para las gentes políticamente correctas. Por ello, es un libro inconveniente y debe retirarse. Afirman memeces similares para los demás casos.
Con idéntico criterio los nuevos censores de lo correcto podrían quitar de las estanterías por inmorales, violentas o corruptoras la Biblia, el Corán, los Vedas, Homero, Platón, Virgilio, Lucrecio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe y prácticamente toda la literatura universal, pues los libros cuentan la vida de la gente y lo que a esta le sucede en la realidad, sea bueno o malo. Quizás lo que les disgusta es la propia realidad y pretenden edulcorarla.
Heine profetizó que allí donde se retiran, prohíben o queman libros por sus contenidos, se acabará aislando, prohibiendo o quemando a personas por sus opiniones. Es evidente que en las primeras décadas del siglo XXI nuestras sociedades de occidente empiezan a seguir un mal camino y se están volviendo cada vez más intolerantes y ridículas. Va surgiendo una suerte de censura político-moral que encorseta nuestra libertad. Pero no hay censura sin censores. ¿Y de dónde han surgido los actuales?
Aprovechando la mediocridad y apocamiento de las instituciones y de los políticos que las conforman, los nuevos gurús de la corrección y el pensamiento único (académicos radicales, demagogos sin escrúpulos e influencers varios), suman lentamente una conjunción de intereses y de ambición de poder. Una auténtica Conjura de los necios apoyada en las nuevas tecnologías y en la complicidad de muchos mass media. Poco a poco, van controlando nuestras vidas, fijando lo que es correcto y lo que no, e imponiéndonos en cualquier asunto -incluso científicos- su criterio, aunque este sea absurdo y sin fundamento.
¿Dudan que estamos sometidos a una creciente tomadura de pelo global? Les pondré un ejemplo académico: una prestigiosa revista científica hace no mucho publicó un artículo titulado “Glaciares, género y ciencia. Un marco de glaciología feminista para la investigación del cambio medioambiental global”. Sus autores recibieron 500.000 dólares para realizar el trabajo.
Según proclama el propio artículo: “Las relaciones entre género, ciencia y los glaciares -especialmente relacionadas con cuestiones epistemológicas sobre la producción de conocimiento glaciológico- se mantienen subestudiadas. Este estudio propone un marco de glaciología feminista”. Más aún: “...Uniendo estudios feministas poscoloniales y ecología política feminista, el marco de glaciología feminista genera un análisis robusto de género, poder y epistemologías en sistemas socioeconómicos dinámicos, conduciendo por tanto a una ciencia e interacciones hielo-humanos más equitativas”.
Leído esto, que al principio más de uno pensó que era una broma, no me extraña que los glaciares se derritan mientras los pretendidos expertos se dedican a las fantasías literarias y la comunidad académica, tan inflexible para otros asuntos, mira hacia otro lado. Quizá teme que cualquier crítica a este tipo de artículos podría interpretarse no como una respuesta científica sino como un ataque al feminismo, a las denuncias de género, al conocimiento patriarcal, al machismo, un desprecio a los pueblos indígenas y no sé cuantos más pecados laicos de nuestra época. Así que, aunque el rey esté desnudo, los académicos aplauden su traje imaginario y todos pagamos la factura, que esa sí que es bien real.
La razón para que muchos callen es conocida: tienen miedo. ¿Qué sucede si alguien, sea una persona o una institución, cuestiona las revelaciones de los nuevos gurús y las discute? Inmediatamente se le tacha de retrógrado, insolidario, patriarcal, violento o, el peor insulto, “negacionista”. Casi la muerte civil para un ciudadano y la ruina para una institución. No importa que pueda tener razón en sus críticas, pues ya ha sido mediáticamente juzgado y condenado. Para el opositor a estos censores solo hay presunción de culpabilidad. Ahí reside el poder de los gurús.
La presión de estas gentes va lentamente calando en todos los aspectos de nuestra vida y no hay área que no invadan, hasta los libros infantiles. Así, consideran inadecuados, violentos y sexistas los cuentos clásicos de toda la vida: Caperucita, ¡asesina de lobos! El príncipe de Blancanieves, ¡acosador sexual! Cenicienta, ¡una provocación por dejar las tareas domésticas a la mujer! Hansel y Gretel, ¡maltrato infantil! La bruja que se los quería comer, ¡una incomprendida por la sociedad patriarcal, y una defensora de la herboristería y la nueva cocina...! Para los gurús, los cuentos aceptables solo deberán contener ilustraciones de colores y unas pocas líneas de texto, naturalmente sin emoción ni alma alguna.
¿Y qué nos dicen de la literatura juvenil? Las novelas de aventuras y acción de toda la vida pronto deberán ser expurgadas de cualquier hecho que pueda causar miedo, tensión, alarma o inquietud al joven lector. De Julio Verne, Emilio Salgari, Enyd Blyton y Richmal Chrompton nos dejarán textos insulsos, modernizados, reducidos literariamente a su mínima expresión. Los proscritos y Guillermo formarán una ONG, Santa Clara será un club deportivo femenino, Viaje a la Luna tratará de una excursión en un tren de colores a un parque infantil y el pirata Sandokán se trasmutará en simpático marinero dedicado al reparto social de las riquezas ajenas. Nada de sangre, nada de sexualidad, nada de conflictos, nada de camaradería, nada de aventuras intrépidas, nada de mundos exóticos. Solo paz y flores.
De la literatura clásica, el cine, el teatro, el arte en general ¿qué dejarán en pie estas gentes? Para estos censores, hasta La cabaña del tío Tom es racista y toda la literatura universal está bajo su escrutinio “moral”. Cuestionan en el fondo nuestro derecho a leer, escribir, pensar y opinar libremente. Incluso nuestro derecho a equivocarnos (pues esto es también un derecho). Poco a poco nos amedrentan y nos van controlando.
Ayer vi en el escaparate de una pastelería un estupendo “brazo de gitano”, nombre cuyo origen legendario lleva hasta un monasterio medieval en Egipto. Cualquier día, la conjura de los necios nos dictará una nueva denominación: “brazo de minoría étnica”. Si de crema o de chocolate, al principio nos dejarán seguir eligiéndolo, pero no nos confiemos. Con ellos, hasta los conguitos peligran.
* Apoderado Juntas Generales de Bizkaia 1999-2019