uien tiene un amigo, tiene un tesoro; esta máxima es más verdad, si cabe, en momentos de crisis personal o social. La guinda, el postre de profiteroles a esta afirmación, se sitúa en un deepfake de conversación/diálogo entre Maquiavelo y Montesquieu. Nos iluminaría, ayudándonos a diferenciar el grano de la paja, lo sustantivo de lo accesorio, lo legal de lo leguleyo. De manera más cabal, nos enseñan el distingo entre potestas y autoritas.
En la historia reciente, posiblemente también en la antigua, damos por ciertas algunas expresiones que nuestra educación judeocristiana de bienpensante nos reafirma, sumado a que nuestro bagaje personal era escaso, éramos virginales en malicia, nuestros maestros se hacían respetar y nuestros mayores presumían ser más experimentados. Si alguien opinaba diferente, se callaba, no había contrarréplica; y, en consecuencia, eran (casi) verdades teologales.
Con el tiempo, surgen voces contrarias a estas verdades supremas y experimentamos que hay matices, que no todo es blanco y negro. La mentira, antes representada con la historieta de Pedro y el lobo, se considera sinónimo de supervivencia; la desobediencia ejemplificada con el hombre del saco se traspasa a instinto revolucionario y la nocturnidad del Sacamantecas con el divertimento.
La mayoría de edad, la televisión, el turismo, Petete y un poco de suerte, han ido mediatizando nuestro pensamiento y asumimos que tener vacaciones no es pecado, que si queremos derechos debemos exigirlos y que nuestras obligaciones tienen un límite.
Y empezamos a saber que el agua y el aceite se unen, pero no se mezclan; y que la sal, con frecuencia, parece azúcar.
El ejemplo de España nos roba o “en una Cataluña independiente el numero de infectados y muertos por covid-19 hubiera sido muy inferior” (Budó, consellera de Presidencia del Govern), son ejemplos paradigmáticos de la estupidez humana y de la toxicidad de las declaraciones; puro maquiavelismo.
Es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente (Groucho). De estar callado bien sabe el ministro de Asuntos Sociales, responsable de las residencias de ancianos, ocioso en los momentos de mayor mortalidad del covid y dedicándose a otros menesteres ajenos a su obligación; laboralmente sería fijo/discontinuo, avatar con una logomaquia excluyente y partidario del nepotismo como practica política. En palabras de un profesor a un político predemocrático: permita que me sonroje por usted.
No quiero hacer sangre, pero han politizado el virus y eso es de hooligans bravucones.
Otras situaciones han dejado de ser verdades teologales aunque haya intentos de pedestalizar aquello que nos interese. Conforman parte de la dialéctica política del bienpensante versus bienfacedor y afectan a cualquier estado y condición.
1. Hablando se entiende la gente. Esta expresión esta sobrevalorada, incluso sacralizada. Las sinapsis astrales no consideran factible que una discusión termine en acuerdo, con bandera blanca; habitualmente termina con vencedores y vencidos y, el error, siempre es del otro. Finaliza en un órdago con simulacro de acuerdo; pero la desconfianza, antesala del rencor, nos lleva a la casilla de salida. Es como la gaseosa, todo fachada
No hay medicamento que funcione si no se toma, pero argumentar el método contrafactual es el as en la manga de los tahúres. El autismo no es la solución pero la prédica en el desierto no puede convertirse en el Sanctasanctórum del tabernáculo.
2. Existe una variante menor que confunde el fin con los medios: todos juntos, podemos. Como concepto es similar a los trabajos en equipo que pide el profesor a sus alumnos; el mismo ritual. Asimilamos la idea al recuerdo de D’Artagan con su espíritu colegial y corporativo del uno para todos. Pero recordemos que la confianza grupal es la matriz, muy alejada del nepotismo familiar antesala de cargo en el Consejo de Administración de cualquier empresa parapública.
La unidad per se no es garantía de éxito. Ante una catástrofe, pedimos unidad a partidos que en su ADN mantienen la rebeldía y el ser diferente (y mejor) cual marchamo identitario y con una mentalidad tribal cuyos electrodos se repelen mutuamente.
3. Políticas “valientes”. Es el adjetivo que utilizamos cuando se pide a quien tiene el poder que acepte y adopte los postulados de quien esta en la oposición, muy típico de los nacionalismos periféricos. Prefieren ser cabeza de ratón que cola de león y capaces de (casi) todo por un minuto de gloria. Al igual que los rituales místicos, hablan con lengua de serpiente.
Se resuelven como las promesas del sábado en una noche bacanal, que se olvidan el domingo por la mañana.
Los acólitos de Montesquieu responden que hablar no es sinónimo de debilidad, ni tampoco un fin en sí mismo; y debe hacerse acorde a los valores de la ética social. La unidad no implica la Torre de Babel mental, salvavidas en próximas emergencias sociales. Y los cementerios están llenos de valientes, también de políticas valientes.
Es necesaria una catarsis social y política; no es suficiente con quitar un botón o añadir un ojal, que no haya ERTE en los Parlamentos molesta, pero la endogamia es más potente y el narcisismo es su dermis carcelaria.
No olvidemos, quienes viven de la política tampoco, que es Bruselas el factor determinante en la elaboración de los presupuestos, verdadera alma máter de la razón de ser del Gobierno. Los codazos internos son puro ego, televisivos, puro efectismo emocional. Nos gobernarán demagogos: brujos y payasos.
El autor es sociólogo