as concesiones políticas que uno puede hacer sin sufrir graves consecuencias son contadas. Lo ocurrido tras la trapacería del gobierno dual -dos partidos a su vez partidos- español para asegurar la ampliación del estado de alarma pronto confirmarán que también en política quien la hace la paga. El PSOE pactó a la luz del día con el PNV y Ciudadanos y a la chita callando con Bildu para reasegurarse por si a Ciudadanos le entraba a última hora un tembleque que dejase al Gobierno sin la ansiada prórroga. Del PNV se esperaba el habitual cumplimiento de la palabra dada, por lo que por ese costado estaban tranquilos. Intervino en el Parlamento Pedro Sánchez y, entre monólogos gigantescos y lentos, dedicó unas palabras de afectuoso agradecimiento a la representante de Bildu, quien a su vez había dejado caer que a su grupo le interesaba la derogación “íntegra” de las reformas laborales en su día aprobadas a instancias del PP. Quizá porque a Bildu no se le concedía hasta el presente la debida atención, la adjetivación “íntegra” pasó desapercibida para todos aquellos que no estaban al tanto de las maniobras en la oscuridad del presidente del gobierno. Así que el vicepresidente Iglesias, quien en ningún momento de su carrera parece haber dicho algo que se recordara cinco días después -lo que le beneficia enormemente-, y los negociadores de Bildu no hacían otra cosa que pegar el sello, su sello, para dar curso a la carta que enviaba el gobierno a toda la sociedad. Quedaron flotando en el aire pavesas de las páginas quemadas de anteriores acuerdos con los sindicatos UGT y CCOO, la patronal CEOE y el resto de partidos que habían formalizado acuerdos para el mantenimiento de lo sustancial de la concertación social. El Estado español, convertido en un enorme Hotel Schatzapal, escenario de La Montaña Mágica de Thomas Mann, al igual que en la novela se ha transformado en un sanatorio para contagiados donde todo gira alrededor del tiempo, prórrogas y fases, para abordar al unísono la enfermedad, la muerte y la política.
A Bildu, que nunca había conseguido nada remotamente parecido, le importa poco que finalmente el acuerdo alcanzado se respete en su integridad. Convertido Otegi en Macbeth, única obra de Shakespeare en la que el villano y el héroe son el mismo personaje, lo importante para él, que entiende la política como un espectáculo, es conseguir estar en el centro del escenario y bajo la luz de los focos. Y si el acuerdo se frustra cuando las “matizaciones” al mismo, que ya han comenzado, se conviertan en una retirada a reculones, siempre podrá decir “no fue culpa nuestra” mientras dirige su dedo acusatorio como veleta al viento hacia quien en cada caso le parezca: la patronal, los partidos de derecha, la derecha del PSOE, ERC… y por descontado al PNV.
En los tiempos que corren, ver lo que tenemos delante de los ojos requiere una lucha continua, tan sorprendente es lo que ocurre. Un pueblo puede abocarse por la desventura de una política errática a una existencia tan confusa que ya no es vida sino pura necedad. Cuando la supervivencia política se convierte en un imposible dejar escapar la oportunidad de mantenerse en el poder, estamos asistiendo a un canto de sirena que transforma el poder en sí mismo y que conduce al autoritarismo, cual sea el pretexto que se invoque: salud o economía. Y no era este el auténtico dilema para el Gobierno. Lo que le llevó a esa alianza inaudita, a esa fusión sin precedente alguno, fue el mantenimiento del poder. El Gobierno entendió que el rechazo a la prórroga del estado de alarma suponía de hecho una moción de censura y tal vez unas elecciones anticipadas y de eso nada. Si hay algo que pone de manifiesto todas las truchimanerías del gobierno dual es el abuso que hace del poder, estableciendo una serie de dogmas sobre cómo atajar la pandemia y cómo reactivar la economía que luego alteran de un día para otro, lo que nos lleva a preguntar: ¿Siente el camaleón piedad hacia los colores a los que continuamente se ve obligado a cambiar? Qué va. Porque en el fondo pretenden controlar el presente y el futuro, pues el pasado les resulta irrelevante y pasado pueden ser ERC, PNV y quienes en su día les llevaron al poder precisamente apoyando una moción de censura.
El PNV comprueba que negociar desde una posición de inferioridad supone una locura cuando la contraparte está dispuesta a cambiar de caballo a mitad de carrera. El Gobierno le pide vara alta para hacer lo que quiera mientras le ofrece la luna a condición de que el PNV la descuelgue del cielo. Así delira la gente cuando le sube la fiebre y al febril gobierno de España le da igual corte que cortijo pues hace de la gobernación del país un continuo sobresalto ante el estupor del mundo. Un enorme fraude, amarrar una prórroga del estado de alarma tratando de evitar una improbable moción de censura. Una tomadura de pelo perfecta a Ciudadanos y al PNV si no fuera porque a Andoni Ortuzar le queda poca “reserva” capilar.
¿Y la CEOE? Las contorsiones del gobierno dual han conseguido transformar el capitalismo en expresionismo, el interés empresarial en expresión de tremenda queja a costa del equilibrio formal que los empresarios venían manteniendo en sus relaciones con un gobierno con el que no han querido enfrentarse. Acabarán por hacerlo pues rechazan participar en un carnaval de gasto público a costa de los ahora casi inexistentes beneficios empresariales. Pero el gasto social se hace más y más necesario porque se va extendiendo el denso aroma de la penuria. En circunstancias similares (la quiebra alemana de los años 20) el escritor Joseph Roth dejó dicho: el hombre pobre necesita un poco de dinero, sólo el rico necesita mucho; no obstante, al hombre rico le cuesta menos obtener mucho dinero que al pobre un poquito; ocurre lo mismo con las arañas: las que están en las mejores esquinas atraparán más moscas en sus espesas telas.
La situación empieza a tomar un color gris antracita, siendo muchos los dirigentes nacionalistas vascos que empiezan a ver la política española como una tumba abierta donde hasta hace poco había un trono. La derecha estalla con vengativa maldad y actúa con la creencia de que atacar es una alternativa al diálogo y no una agresión en sí misma. La izquierda se siente ofendida por el mero hecho de que alguien no sea de su opinión y su fulgor, el poder de dar vida política, comienza a declinar. La “nueva normalidad” se está convirtiendo en “nueva objetividad”, todos los partidos dicen estar en lo cierto a través de su particular lectura de los hechos. El nacionalismo vasco sabe por duras experiencias que cuando la visión ideologizada se abre camino la concordia se desvanece y la “nueva objetividad” se traduce en enfrentamiento, que es la peor posición para afrontar la crisis económica que ya está encima. Nuestro talento para el fracaso, la historia es inapelable, nos debería conducir a la búsqueda de la paz social, pues los vascos estamos entre aquellos “para quienes las miserias del mundo / son miserias / Y no les dejan descansar” (John Keats).
El autor es abogado