Por una cuestión de conciencia medioambiental, y sobre todo de militancia ciudadana, esta semana decidí sumarme a las miles de personas que han solicitado no recibir propaganda de los partidos en su casa. Es imperativo lanzar un mensaje a la clase política ante una convocatoria electoral que no tiene justificación alguna, y si cada uno aportamos nuestra gotita de agua, de la nada surgirá un océano de indignación que se precipitará cual tsunami apocalíptico sobre el Congreso de los Diputados. Así pues, con el corazón henchido por estos pensamientos, me puse manos a la obra, siguiendo las instrucciones que los medios de comunicación, en su papel de servicio público, lanzaban al calor de este improvisado ejercicio de insumisión postal. No fui capaz de completar el trámite. Nunca he brillado en el manejo de la burocracia, y menos delante de un ordenador, así que seguramente sea culpa mía el haber acabado, en cada intentona, atascado en una página que ya no me ofrecía enlace alguno hacia mi objetivo. Recibiré, por tanto, las papeletas, y como no puedo reducir su uso, las reciclaré echándolas al contenedor azul, y reutilizaré los sobres para empapar la grasa de las croquetas y los sanjacobos, ya que son demasiado bastos para otras aplicaciones.
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