No hay duda de que Vitoria, con el paso del tiempo, ha logrado un sello reconocido y reconocible que habla de las virtudes sostenibles de las prácticas de la ciudad y de sus habitantes. Aparte de los premios que reposan en las vitrinas municipales, galardones llegados desde medio mundo para solaz de alguno de los munícipes que componen el Consistorio capitalino, el camino ya hecho se antoja importante hasta el punto de que se han logrado hitos impensables hace apenas un par de telediarios. Por ejemplo, el municipio ha logrado reducir en apenas unos años un 10% el número de desplazamientos de vehículos privados por sus calles y barrios a la vez que se incrementaba sustancialmente el número de usos en las distintas variedades del transporte público y las bicicletas y los bidegorris cambiaban parte de la fisonomía de la capital alavesa. Al mismo tiempo, Gasteiz ha logrado constituirse en materia de estudio para otras ciudades, hambrientas de conocimientos sobre peatonalizaciones o supermanzanas. Tales circunstancias serían improbables sin la participación, consentimiento y aquiescencia de los vitorianos que, por a o por z, han abrazado los preceptos verdes con profusión. Ahora sólo queda no relajarse y seguir la senda iniciada.