me reitero, lo sé, pero es que no me dejan otro remedio: los representantes de los españoles en el Congreso no saben negociar, acordar, ceder, pactar. Son malos políticos, en suma, porque de eso trata precisamente su profesión. Replicarán algunos políticos que el contrario es un ave de rapiña chantajista que pretende sacar tajada de su indispensabilidad a pesar de la diferencia de votos y escaños. Otros, los de enfrente, aducirán que si se requiere su apoyo habrá que compensarlo con algo más que jarrones chinos. En lo que coincidirán todos, que al fin y al cabo el corporativismo es más fuerte que todas las cosas, es que no es fácil llegar a acuerdos entre diferentes, que la gente no debe sentirse desafectada y que en última instancia, si hay que volver a votar, habrá que acudir en masa a las urnas, las veces que haga falta, por el bien de la democracia y la libertad. A partir de hoy, y a buen seguro durante los próximos días, los esfuerzos de todos se centrarán en desprestigiar a unos y otros y establecer un relato de culpabilidades. Alejarse de un fracaso común que, en vez de asumirlo y compartirlo, se intenta arrojar sobre el de enfrente con el vano afán de que el populacho trague y siga pagando los sueldos. Por cierto, Sánchez: justo 155 votos en contra. Curioso ¿no?
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