Me temo que la fisiología del ser humano no está preparada para resistir a la cocción. Lo he comprobado a lo largo de los últimos días en los que, debido a la acumulación de todo el calor del mundo, he tenido la oportunidad de verificar que la carne y la piel que nos cubre no están preparadas para hervir en su propio jugo. Ahora bien, y sin abandonar esa certeza, también he podido certificar que, en pleno mes de julio, con el ambiente caldeado a conciencia por varias olas de calor y por no sé cuántos tórridos frentes saharianos, no es de recibo tener que echar mano de una prenda de abrigo para poner remedio a las inclemencias meteorológicas originadas por el aparato de aire acondicionado más grande del mundo y que, para más señas, se encuentra en la redacción en la que paso media vida. La máquina y yo no nos llevamos muy bien, ya que ésta acostumbra a escarcharme la sesera en cada sesión ártica de climatización que ofrece. Supongo que nunca llueve a gusto de todos y que mis quejas son y serán compartidas por unos y denostadas por otros. En cualquier caso, el verano es para disfrutar del calor, aunque a veces éste sea extremo, que ya habrá tiempo para echarlo en falta cuando las circunstancias cambien por completo.