No acabamos uno de esos eventos de ciudad y ya estamos metidos hasta el corvejón en otro. Así es esta superciudad, inmersa en sinfín de retos de extraordinaria repercusión -como la Final Four de la Euroliga, la fase final de la Copa de la Reina de baloncesto femenino, el ARF, el Ironman y, ahora, el Festival de Jazz- y que, sin embargo, no contribuyen a elevar la autoestima general del personal, que acostumbra a minusvalorar la ciudad en la que vive y trabaja como norma general. Supongo que así es el carácter de esta Gasteiz que, pese a crecer extraordinariamente, cuantitativa y cualitativamente, en las últimas décadas no ha logrado sacudirse los complejos y las costumbres de cuando una mayoría de vitorianos aún vestía el blusón típico de las labores agropecuarias. De una manera o de otra, y pese a pasar con nota alta todos los retos organizativos que se le ponen por delante, Vitoria siempre convive con el rumor continuo y con las verdades nacidas en los habituales mentideros, muy establecidos estos como origen de las coletillas que siempre acompañan a las valoraciones finales que se hacen tras corroborar las bondades de la capital en distintas materias. Es evidente que hay muchas cosas que pueden mejorar, entre ellas, la actitud de algunos.