La foto del Everest
la impresionante imagen del gusano multicolor que ascendía hasta la cumbre más alta del mundo puede decir muchas cosas sobre la deriva del deporte vertical, pero el mundo está lleno de montes y el alpinismo de élite hace ya tiempo que está a otra cosa. Al fin y al cabo, los primeros intrusos allá arriba fueron Irvine y Mallory, y en todo caso a la montaña, más allá del problema real de la basura, le da igual la masificación porque no es una diosa, como creen por allí, sino un cacho de piedra muy grande. La foto dice otras cosas. Es la plasmación gráfica de que somos ya 7.000 millones de personas, la mayoría pobres y jóvenes, y una minoría, la del atasco en la cumbre, rica y envejecida; y de que no cabemos todos. En lo meramente deportivo, la foto habla de la mercantilización de la aventura, que más allá de cuestiones éticas y rollos trascendentales es un imposible, porque cuánto más mercantilizada está menos aventura es y viceversa. Es la satisfacción previo pago, pero nunca completa ni genuina, de miles de anhelos y propósitos, uno distinto por cada persona que sube. No tienen más derecho a ir al Everest Messner y su mochila que cualquier otra persona, pero cabe preguntarse si para hacerlo así no es mejor subir al Bisaurín con una bota de vino y una cuña de Idiazabal.