Hace años, tantos que ya casi ni lo recuerdo, Gasteiz y su Ayuntamiento vivieron épocas doradas. Efectivamente eran otros tiempos. Quizás, imperaba otra cultura democrática y los protagonistas eran políticos ajenos a la actualidad. Entonces, la institución municipal funcionaba como motor de un municipio que tenía claras sus metas y las estrategias que debía poner en marcha para acercarse a ellas y que, incluso con asiduidad, eran apoyadas unánimemente. Sin embargo, todo aquello hace tiempo que se conjuga en pretérito. No en vano, desde hace dos décadas, el Consistorio no ha tenido mayorías estables ni capacidad para que los equipos de gobierno que se han sucedido al frente de la capital ejecutasen legítimamente sus respectivos modelos de ciudad. Sin embargo, después de las elecciones del 26 de mayo, hay una certeza. Los resultados han premiado la colaboración entre diferentes y han castigado, ciertamente, en distintos grados, a quienes no han querido arrimar el hombro por el bien común. Si unos y otros hacen una lectura sosegada del resultado salido de las urnas, Vitoria estará de enhorabuena. Si, por el contrario, se reeditan comportamientos disyuntivos en asuntos troncales, la ciudad dejará de avanzar.