La metáfora del Everest
Hubo un tiempo, perdido en la bruma, en que en las campañas electorales la agenda no electoral fundía a negro. Fuera del ir y venir de mitines y candidatos, la actualidad parecía entrar en letargo. Pues ya no. No recopilo campaña, solo me remito a ayer. Dimite Theresa May -la Mariano Rajoy británica ha aguantado bastante menos que el registrador de la propiedad gallego-, el Congreso decide suspender a los cuatro diputados presos enjuiciados por el procés y el Gobierno de Pedro Sánchez da alas a la hipótesis de que Podemos pueda entrar en un futuro Ejecutivo de coalición. Supongo que la sucesión vertiginosa de acontecimientos es igual de vertiginosa que en el pasado, pero la sensación es que todo ocurre cada vez más deprisa, que hechos muy trascedentes pasan por nuestras vidas sin apenas darnos tiempo a enterarnos porque cuando intentas prestar atención a algo ya hay otra cosa pidiendo paso. Y la consecuencia de eso es que lo trascendental acaba confundido con lo inane o convertido en fútil. No sé si formará parte de esa modernidad líquida de la que tanto se habla. En cualquier caso, la imagen de centenares de personas haciendo cola para hacer cima en el Everest podría ser la perfecta metáfora de este mundo cada vez más perdido y cada vez, quizá efectivamente, más líquido.