Marketing de la palabra
Es una maravilla. Mira que han pasado años desde que llegué al primer medio de comunicación en el que trabajé y, pese a todo, me sigue sorprendiendo la variedad de fórmulas que permite el idioma castellano para expresar la nada absoluta o para decir lo contrario de la realidad. Cierto es que cada cual lo hace a su modo, pero los iniciados en estas fórmulas coinciden en la misma intención y en el uso y abuso de los vocablos más rimbombantes posibles que, seguramente, nacieron y crecieron en los diccionarios con otra acepción. Pero eso es lo de menos. Lo importante es soltar al interlocutor de turno la alocución más revestida posible con la intención de parecer que se dice mucho cuando en realidad no se ha dicho nada o se ha dicho poco, pero con la intención de manipular. Sobre el particular, se podrían escribir varios tratados. Sin embargo, y hasta que surja ese manual o manuales sobre el manejo de la mercadotecnia de la palabra, me parece lícito aconsejar a quien lo necesite que, en cuanto escuchen términos y giros como gestionar, colmatar, inicializar, cese temporal de la convivencia o desaceleración, entre otros muchos, den por hecho que quien los utiliza se está riendo con ganas de quien escucha. Para descubrir estos giros, sólo hace falta educar al oído.