Live Aid, 1985
a los pocos segundos de comenzar a Robert Plant le salió el primer gallo y a partir de ahí todo fue de mal en peor. Jimmy Page a duras penas se mantenía en pie, John Bonham estaba muerto y Phil Collins trataba de seguir, sin demasiado éxito, a Tony Thompson, el batería elegido para salvar los muebles en aquel macroconcierto y al que le adosaron o endosaron a última hora y sin previo aviso a su estelar pero poco hábil compañero. Quizá porque ambos volcaban todos sus esfuerzos en compenetrarse se saltaron el chispún que Plant subrayaba en Rock and Roll con un movimiento de brazos que en este caso no subrayó nada, y partir de ahí el rubio vocalista, al que cada vez se le iba poniendo más cara de mala hostia, siguió cantando mal, pero al menos con rabia. Solo John Paul Jones tocó igual que quince años antes y que veinte después, cuando, contra todo pronóstico lanzado al aire en 1985, los Led Zeppelin se salieron. Plant había aprendido a acomodarse a sus posibilidades, Page ya no montaba a caballo y Bonham seguía muerto, pero digna y profesionalmente sustituido por su propio hijo. Y como de todo en esta vida se ha de extraer una lección, esta historia nos enseña que se puede perder la ilusión, pero nunca la esperanza de recuperarla.