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Elecciones

Uno de estos días pasados me encontré con tiempo libre. Me entraron sudores fríos y un tembleque que aún me dura. Mi cara de repente perdió el color y los intestinos hicieron amago de aflojarse. Supongo que será la falta de costumbre, al menos, durante estos días tan interesantes previos a la llamada fiesta de la democracia. Sea como fuere, el hecho es que decidí dar un paseo por el centro de Gasteiz. Lo hice por aquello de oxigenarme y de ver cómo deambula la gente por las calles, hecho que, aunque parezca mentira, es un verdadero placer para alguien cuya vida transcurre dentro de las cuatro paredes de una redacción formando parte de su mobiliario. En aquellas estaba hasta que fui asaltado varias veces por gente muy amable, cada uno, ataviado con unos colores, que pretendía agasajarme con diverso equipamiento y papeles, octavillas, sobres y otro sinfín de artículos de papelería elaborados por las distintas formaciones que concurren a las presentes elecciones locales, forales y europeas. Cuando decidí dar la vuelta, hice recuento de todo lo que llevaba en las manos, en las que ya no cabía nada tras recoger una rosa, un globo y un puñado de caramelos. Nunca antes había disfrutado tanto con la política de cercanía. Bendita sea.