A veces me miro en el espejo y veo a Edadepiédrix, el anciano de la tribu de Astérix que agita el bastón de vez en cuando para recordar a la juventud que no tienen ni puñetera idea y que su generación sí que sabía hacer las cosas, ¡ay! si le dejaran a él. Viene esto porque, a pesar de mis muchas reticencias, recientemente he hecho una compra por Internet. Sí, al lado oscuro de cabeza. Así que desde el sofá de mi casa, clik clak, hago mi pedido en una marca multinacional sobre las 20.30 horas. Al levantarme al día siguiente, mientras desayuno, consulto mi mail -qué esclavitud- y resulta que la marca en cuestión me ha escrito. Sobre las 00.00 horas. Me informa de que mi pedido “ha sido enviado”. Sobre las 2.00 horas me ha comunicado además que mi pedido “está en camino”. Y ahí, mientras desayuno, pienso en los alguienes que han estado durante la noche recogiendo mi pedido, preparándolo, dándole salida y transportándolo. Al rato, sobre las 10.00 de la mañana, me llega otro mensaje: mi pedido será entregado entre las 12.00 y las 13.00 horas. Y oiga, pues sí. Mola. Pero el Edadepiédrix que llevo dentro no puede evitar pensar en cuánta gente ha trabajado durante la noche para que mi paquete llegue en apenas quince horas y confía en que su trabajo esté adecuadamente remunerado.
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