lo predijo Santiago Abascal en una entrevista concedida antes de las elecciones: “No descarto que al PP le pase como a UCD y acabe disolviéndose”. Recuerdo que ya me pareció una reflexión atinada entonces y que me sigo acordando de ella desde que se contaron los votos. Supongo que el amurioarra (perdón, amurriano) no creía realmente en su vaticinio y que más bien hablaba así para llamar la atención y a la vez hurgar en la herida del debilitado compañero de derechas. Pero hete aquí que llegaron las elecciones y el PP empezó a desmoronarse. De primera fuerza con 137 escaños a segunda con solamente 66. Fracaso absoluto de Pablo Casado y la línea aznarista que había pretendido tomar el partido para desmarcarse del blando Rajoy. Pensé: “Este no dura ni una semana”. Sigo pensando que Abascal tiene razón, pero parece que habrá que esperar al menos a las próximas y cercanísima elecciones para poder medir realmente las consecuencias de la estrepitosa caída popular. Una vez contados de nuevo los votos se verá si basta con amputar algunos miembros -Maroto ya ha caído- o si la descomposición del cadáver es inevitable. Cuando yo era pequeño, también parecía imposible que Suárez se fuera al garete. Y se fue, vaya si se fue.
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