Estoy estupefacto. La verdad es que nunca antes había hecho tantos esfuerzos por traducir a dinero manejable las cifras que la iniciativa privada ha puesto sobre la mesa para facilitar la reconstrucción de la parisina catedral de Notre Dame tras el colapso de parte de su estructura debido a un incendio. Las informaciones explican que las fortunas más significativas de aquel país habían donado nada más y nada menos que 600 millones de euros, uno sobre otro, en menos de 24 horas para propiciar la recuperación del templo gótico más significativo de Francia. Para gente con mucho pasado, como este que escribe estas líneas, la bolsa recaudada entre los prohombres de la nación del gallo equivale a 100.200 millones de las antiguas pesetas, cantidad que, en principio, me parece tan bárbara que no soy capaz de calibrarla. En este punto, he de decir que nunca he dudado de la bondad del personal ya que, aunque parezca mentira, sé que hay mujeres y hombres buenos entre la jauría que forma parte de la humanidad. Sin embargo, y pese a que el templo calcinado es una de las joyas arquitectónicas más importantes del orbe, estoy convencido de que esa cantidad sería suficiente para dar de comer a muchos hambrientos durante varios meses. Supongo que todo es cuestión de prioridades.