Me cuenta un conocido que el otro día tuvieron reunión de urgencia en la comunidad de vecinos. Resulta que, no por ningún acto provocado sino simplemente porque las cosas se estropean, el portero automático está fuera de juego desde hace unos días. Le pregunté extrañado si la cosa era tan grave como para tener que hacer una reunión por una simple avería en el aparatejo, cuando de estos encuentros (vamos a reconocerlo) todos solemos escapar como alma que lleva el diablo. Los vecinos muy bien, pero cada uno en su casa. Pensé que la catástrofe se iba a traducir en una derrama de aquí te espero. Pero resulta que de eso nada. El que les suele arreglar estas cosas les había presupuestado todo el trabajo en 58 euros. Vamos, que por ahí no venía el problema. En este éxtasis electoral en el que nos encontramos y debido a que varios de los residentes de la comunidad tienen la sana intención de pirarse en San Prudencio, en la reunión se quería plantear la posibilidad de no arreglar el susodicho portero automático hasta pasado el 28 para evitar que los alegres portadores de las notificaciones para ser presidente, vocal o suplente en las mesas electorales puedan acceder a la finca y hacer entrega de su fatal sentencia. La decisión la tomaron por unanimidad.
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