El mundo va camino de acabarse. Al menos, lo que conocía como tal. Cada día hay algo con lo que me crié que desaparece, que se transforma o que amenaza con hacerlo en cuestión de semanas, meses o, a lo sumo, unos pocos años. Y no. No me ha dado por deprimirme por mi abundancia en años ni por idealizar mi pasado y añorar mis años mozos más que ayer y menos que mañana. Simplemente constato una realidad que parece inexorable y que se basa en la metamorfosis de un planeta que, si no varía sus vicios radicalmente, va camino de consumirse por completo. Efectivamente, en marcha hay tantas transiciones que se antoja complicado subirse a todas ellas. Está la de la conectividad absoluta, que ha logrado esclavizar a media humanidad, que ya no sabe vivir sin un móvil. Se habla también de la revolución energética, que obligará a explotar los elementos renovables ante el final del petróleo y la socialización de sus problemas. No falta la de la movilidad, que postergará los coches actuales en favor de otros enchufables. También está la laboral, con términos como trabajo colaborativo que aún hay que descifrar, y con la aparición de técnicas y métodos que ya han arrasado a un buen número de empresas y de trabajadores... En fin, supongo que ha llegado el momento de aquello de renovarse o morir .
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