Una de las cosas que tienen los aniversarios es que se tiende a recordar lo bueno y olvidar, minimizar o incluso convertir en divertida anécdota lo malo. Por ejemplo, ahora que se celebran 40 años de la constitución de los primeros ayuntamientos suceden dos cosas curiosas. Nadie menciona lo de antes -sí, ya saben, lo de la dictadura- y todos hablan de lo bonito que fue hacer, construir, proponer, compartir y andar camino por el pueblo y con el pueblo como si de una bonita escena de Heidi por las alegres montañas se tratara. Pelillos a la mar con todo lo demás, incluso aunque de muchos de aquellos polvos hoy estemos hasta el culo de lodo. Además, no pasa nada, todos tranquilos. Nos esperan las urnas y esos periodos maravillosos en los que nos agasajan los oídos y los ojos con todas las cosas maravillosas que los políticos nos dicen que nos van a hacer. Luego no se hace nada, pero qué más da. Soñar es gratis, aunque todo lo demás cueste pasta, pequeño detalle del que los partidos no se suelen acordar en estos procesos. Además, también hay que reconocer que las campañas, de un tiempo a esta parte, se han convertido en un discurso permanente de políticos hablando de los problemas de los políticos. ¿La ciudadanía? ¿Y qué es eso?