Probablemente procede algún comentario sobre lo ocurrido ayer en el Pleno del Parlamento Vasco. Respecto al fondo del asunto, a la evidenciada brecha en torno a una cuestión como la ley de víctimas de vulneraciones de derechos humanos en Euskadi entre 1978 y 1999 y la virulencia con la que ayer emergió: mirar hacia nuestro pasado y construir la convivencia no es un trabajo sencillo. Conceptos como memoria, justicia y reparación, conceptos como relato, los conceptos en definitiva, ese lenguaje que a la postre nos define, siguen evidenciando que, pese a los indudables pasos y avances, aún queda mucho camino por recorrer y que será imprescindible seguir recorriéndolo. Respecto a la forma, un parlamento es la casa de la palabra. Vehemente, contundente, dura... lo que se quiera, pero de la palabra. Y la palabra solo tiene sentido como instrumento de comunicación, por lo que tiene en sí misma un necesario componente de respeto al interlocutor. Aunque sea para discrepar. Malos tiempos para la palabra, es cierto. Malos tiempos no solo por el factor distorsionador en el ámbito político de las dos campañas electorales en ciernes -lo que quizá genera tentaciones sobreactuadoras-, sino también por una crispación política -y social por extensión- creciente.
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