Estaba yo enfundado en mi camisa de mil flores y aspecto hawaiano, sinónimo inequívoco de la llegada de la primavera a estos lares. Disfrutaba con el espectáculo de los colores y olores de una flora ya desbocada y con esa sensación maravillosa que sólo surge cuando la claridad del sol deja atrás meses de inhóspita beligerancia climática, circunstancia ligada inexorablemente a los albores de la temporada de terraceo y a los planes de fin de semana con varios epígrafes. Sin embargo, las cosas no son como deberían y la amalgama cromática de mi atuendo ha quedado como un extemporáneo alarde de excentricidad ante la llegada de lo que parece un nuevo frente frío que, según dictan los cánones, debería de haber llegado en los meses en los que antaño apretaba el invierno. Así que el cuadro que presento estos días no deja de sorprender, porque ya no sé si estornudo como consecuencia de los altos niveles de polen o si lo hago porque me he resfriado al recibir a cuerpo gentil los embates de varios avisos amarillos por frío y nieve y no sé qué más contingencias meteorológicas. En fin, supongo que no queda otra que acostumbrarse a las peculiaridades que impone el cambio climático que, al parecer, van a ser muchas y muy variadas.
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