Ni siquiera cuando estaba en Ramiro de Maeztu -que en aquellos años de adolescencia era instituto- y nos pirábamos de clase para ir a la cafetería de Ingenieros, meternos entre pecho y espalda aquellos magníficos bocadillos (los de Magisterio también tenían su pedigrí) y echar unas partidas, el mus se me ha dado bien. Creo que es culpa del aita, que cuando éramos pequeños tampoco nos enseñó demasiado para que no le machacásemos. Pero a pesar de no ser un avezado contendiente, aprendí rápido que lo peor que te puede pasar es tener en la mesa a uno de esos o esas que siempre juega a pequeña, aunque les tilden de perdedores. Bueno, en realidad, puedes llegar a escuchar barbaridades. Los habituales del mus saben de lo que hablo. Los hay, las hay, que llevan la misma filosofía a la vida en general y la política en particular. Es decir, que no quieren arriesgar nunca, que piensan que hay mayor ganancia en preocuparse de lo justo y no hacer demasiado, esperando que sea el resto quien se meta en problemas. Es mejor no profundizar en lo interesante para centrarse en lo que es práctico, aunque eso signifique mirar sólo a corto plazo. El 28 de abril y el 26 de mayo se va a jugar mucho a pequeña. Muchísimo. Y algunos ganarán pero seguramente perderemos todos.