el ser humano tiende a la mitificación, a adornar los recuerdos propios y ajenos hasta desvirtuarlos, a transmutar en mágico lo prosaico para transmitirlo a las nuevas generaciones en forma de leyenda. En esas cosas pensaba yo cuando vi por primera vez la película de Woodstock, en concreto las escenas del domingo a mediodía, cuando Joe Cocker sufría sus habituales convulsiones ante miles de jóvenes resacosos que trataban de evitar que el sol les diera directamente en los ojos, conscientes de que aquel no era un evento cualquiera, pero ajenos a su verdadera dimensión. Puede que quienes vieron alucinados, en todos los sentidos, cómo Jimi Hendrix hacía cubismo musical con el himno de los Estados Unidos, no alcanzaran a comprender tras tres días de farra y un verano del amor que se había alargado ya dos años que aquel momento concreto pasaría a la historia de la música. Seguramente muchos estaban deseando irse a la cama. Esto es así porque una cosa es vivir y otra es recordar, y recordar algo que además no vivieron en persona es probablemente lo que quieren quienes, cincuenta años después, van a asistir este verano a la tercera o cuarta resurrección de aquel festival. Yo, que no voy a ir, les recomiendo que lo vivan y que si quieren recordar, se pongan la peli en casa.
- Multimedia
- Servicios
- Participación