Mucho me temo que la medida de la campaña electoral que se nos viene encima la da el hecho de que estemos partidos, candidatos, medios de comunicación y, por extensión, ciudadanos más entretenidos con las purgas en las listas, los fichajes galácticos de aspirantes y los lazos que cuelgan de las fachadas que con el auténtico meollo del tema. Lo de la sostenibilidad de las pensiones, por ejemplo, la política energética, la transición a otros modelos de movilidad, la educación, la sanidad, las políticas sociales, las políticas industriales, qué queremos hacer con la innovación y la investigación, el medio ambiente y el cambio climático... eso, desengañémonos, no mola si va más allá de un tuit inane y simplón y a ser posible con un alegre meme que lo haga más digerible. Hasta los debates electorales -presuntos escenarios de confrontación de ideas- se pierden en las formas, porque lo que importa es pelearse semanas sobre si hacen un cara a cara, que eso eleva al rival a categoría de principal rival o eso define como principal aspirante, según el lado de la trinchera. Es lo que hay y lo que se lleva. Sociedad líquida lo llaman, aunque no nos engañemos, no hemos inventado la pólvora. Pero ¿no estaría bien para variar una campaña electoral realmente propositiva, con contenido, con ideas? Por probar...
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