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En movimiento

el pasado lunes asistía a la presentación del libro Las mujeres de Gasteiz en la matanza del 3 de marzo de 1976, con una de cuyas tres autoras comparto segundo apellido, y en la misma surgía el debate de si el hecho de que partidos políticos y poderes del Estado asuman el mensaje del feminismo puede llevar a que se lo apropien con todas las consecuencias y que el movimiento acabe domesticado. Puede ser, y si acaba ocurriendo no dejaría de ser una consecuencia del éxito del mismo y a la vez la prueba de que un movimiento se tiene que mover siempre, por definición, para no desaparecer. Buena parte de las revoluciones han terminado diluidas bien por haber fracasado estrepitosamente, bien por haberse detenido a medio camino fruto del hastío, la comodidad o la represión; bien por haberlas dejado en las manos equivocadas. No es el caso, no por el momento. La cuestión feminista se ha colado en todas las agendas y por eso durante el año hay mucho arribismo y ruido distorsionado a su alrededor, pero la calle dio el 8 de Marzo, otra vez, la verdadera medida de lo que está pasando, y eso ha de traducirse necesariamente en una transformación social que nunca será perfecta, y que por eso mismo exigirá que el movimiento no se detenga.