la huelga es un derecho y, si me apuran, también un deber cuando la situación así lo requiere. Para que el mundo avance hace falta a veces revolverse hacia lo establecido. Por supuesto, el poder y el statu quo favorece casi siempre menos a muchos que a pocos. Por eso las mayorías han de mostrar de vez en cuando su lado inconformista -y probablemente justo- para que los mejor colocados reciban toques de atención y acepten repartir parte de sus privilegios. Es a menudo el último y único recurso de los trabajadores en las empresas -o era, antes de que las reformas laborales metiesen el miedo en el cuerpo a la plebe (y no se engañen, que plebe somos la mayoría)- y también la única arma disponible para avanzar en derechos sociales. El viernes, las mujeres dieron un paso más en la visibilización de sus demandas. Aparte de dinero, que las brechas salariales están ahí, muchas de las pancartas y soflamas reclamaban simplemente igualdad y el respeto debido a todo ser humano. Yo era de los que creía que la tremenda demostración de fuerza exhibida el año pasado se iba a quedar ahí, entre canciones, bailes y risas. Pero no. Las mujeres han vuelto a alzar la voz casualmente justo antes de las elecciones. A ver qué pasa. Átense los machos.