Me da a mí que la fiesta de la democracia va a concluir con un reguero de resacas de lo más cabezonas entre quienes no nos presentamos al escrutinio de las urnas, que somos la mayoría (aunque no lo parezca si uno echa un vistazo a los medios de comunicación, muchos de ellos también en campaña). De hecho, ni me quiero imaginar cómo será el día después tras ejercer el voto después de semanas y semanas consumiendo garrafón electoral de estofa sonrojante, del que se reserva para la ingesta de quienes no tenemos otra que escuchar las oratorias más inverosímiles, las propuestas más grotescas o los discursos más extemporáneos, que de todo hay en la viña del Señor cuando toca pelearse por cada papeleta y por alcanzar la llave que da acceso a la gestión del ansiado parné público. Me temo, igualmente, que la profusión de comicios, campañas, precampañas, debates, dimes y diretes, programas y estrategias de unos y otros va a provocar innumerables intoxicaciones electorales, que a buen seguro requerirán de una rápida intervención médica profesional y de un cordón sanitario para evitar que las indigestiones sufragistas alteren el buen funcionamiento de las neuronas del personal. Por si acaso, hagan acopio de paracetamol.
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