Hay ocasiones en las que pasa sin darte cuenta. Para las pocas veces que enciendes la televisión, sale de repente un informativo lleno de políticos llamándose de todo, echándose en cara hasta el toro que dicen que mató a Manolete, escupiéndose reproches sin ya mantener las formas, retándose en una pelea sin contacto físico ni fundamento intelectual. Por suerte, con el mando cerca, uno puede apagarles o cambiar a otra cosa. Pero aunque las formas son importantes tanto en la política en particular y como en la vida en general, uno se llega a preguntar hasta qué punto ese postureo -adecuado a las encuestas y a los consejos de asesores de imagen y prensa que no tienen ni idea de comunicación ni mucho menos de conceptos como democracia o servicio público- no está tapando el verdadero insulto. La auténtica afrenta es que un responsable político prometa algo que sabe que no puede conseguir, que ejerza su responsabilidad con la idea de beneficiar a unos en concreto, que use su posición de poder para ir en contra de otros de manera específica, que juegue con la información que debiera ser pública y compartida con toda la ciudadanía al mismo tiempo... Sus hechos son sus realidades. Y es bueno no perderlo de vista en estos tiempos de urnas.