“será un gran líder”, afirmó con la rotundidad que le caracteriza Donald Trump. Se refería a Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte al que el mandamás norteamericano amenazó hace apenas unos meses con una oleada de fuego y furia “como el mundo nunca ha visto”. Pues bien, ahora ambos se han citado en Vietnam para acordar el desarme nuclear de los norcoreanos. Hay buen feeling, deslizan ambos entre apretones de manos y cálidas sonrisas. Trump promete dinero a espuertas si se desactivan las armas nucleares. Kim Jong-un muestra su confianza en que habrá resultados “y haré cuando esté en mi mano para conseguirlo”. Curiosa negociación. Primero se tensa con ensayos nucleares, maniobras militares y amenazas de muerte para, sin solución de continuidad, lanzarse flores y piropos varios. Es una relación que el propio Trump define como de “enamorados”. O sea, irracional, fiada a las hormonas y a los calentones y más inestable que un elefante subido a un bastón. El resto del mundo permanece atento, en vilo, a las sucesivas ocurrencias de dos líderes que parecen dibujos animados, pero con capacidad de desatar una guerra y acabar con el planeta. En estas manos estamos aunque no nos lo podamos creer.