Tras el torbellino de acontecimientos de las últimas 24 horas en torno al gaztetxe del Casco Viejo de Pamplona y la espiral de comunicados, posicionamientos, declaraciones cruzadas, tuits, imágenes y vídeos toca echar el pause y reflexionar. Aún queda una resaca de concentraciones y manifestaciones que ojalá transiten de modo pacífico para no agravar más la situación. Ante la imposibilidad de rebobinar, hay que mirar al futuro aprendiendo del pasado pero, sobre todo, serenar el presente. Es momento de ampliar la perspectiva en lugar de cerrar el zoom; de construir en lugar de destruir; de dialogar en lugar de monologar; de la autocrítica en lugar de las críticas; de destensionar en lugar de encrespar... El edificio del Marqúes de Rozalejo, después de muchos años abandonado ha vivido su transformación en gaztetxe tras una reciente ocupación, para desatar una tensa semana con la cuenta atrás una vez judicializado el asunto y, finalmente, acabar con un polémico desalojo. Como ha sucedido con otras ocupaciones, quizá su aportación histórica será la de evidenciar la necesidad de un uso social y público de este lugar. Un espacio con gran valor patrimonial cuyo mejor destino quizá no fuera el de un gaztetxe. Hay edificios de autogestión ya en funcionamiento y otros por estudiar en la ciudad para ello. Esto no debe obviar la necesidad de dotarlo -con la mayor brevedad pero con el máximo de consenso- de un proyecto público y plural sólido, sea el de Instituto de la Memoria como el que ya se ha anunciado, o el que se decida. El desalojo ha sido un mal desenlance de un debate interesante. Podría haber sido mejor, pero también mucho peor. De esto si que hay precedentes en anteriores legislaturas. No es justo comparar este caso con el Euskal Jai, ni en fondo ni en forma, aunque es entendible el malestar vecinal y el rechazo social a las cargas policiales. Pero no es momento de reproches cruzados o no debería serlo y menos entre socios de Gobierno. Habilitar espacios de autogestión juvenil no es sencillo, aunque se han dado avances. Y la ocupación seguirá. Pero este tema sectorial no debería convertirse en una crisis política e institucional de primer nivel entre Alcaldía y Ejecutivo o entre las fuerzas que impulsaron el cambio político en Navarra. Por mucho juego político subterráneo y ruido electoral que pueda haber nadie debería olvidar que el reto no es ser sacar más votos que su socio, sino revalidar en las urnas el cambio que demanda la mayoría de la sociedad ante una derecha que disfruta con el espectáculo.