El primer discurso sobre el Estado de la Unión del presidente Donald Trump, cuando acaba de cumplir su primer año de mandato, evitó en la noche del martes los burdos modos de los tuits que han marcado su política comunicativa desde ya antes de estos últimos doce meses, pero en toda su extensión -80 minutos, el tercero más largo de la historia tras dos de Bill Clinton- fue absolutamente fiel al fondo ideológico de estos. La intervención de Trump difícilmente contribuirá a modificar la escasa confianza que sus iniciativas políticas despiertan no ya en la oposición demócrata sino incluso dentro del Partido Republicano, que hoy domina las dos cámaras del Congreso a la espera de las legislativas de medio mandato que en noviembre renovarán los 435 escaños de la Cámara de Representantes y un tercio del centenar del Senado. Y la primera confirmación llegará posiblemente el próximo jueves 8, cuando concluye el plazo para dar salida al problema de los dreamers, los 800.000 inmigrantes llegados a EEUU siendo menores, que ya originó el shutdown o cierre de la administración federal entre el 20 y el 23 de enero ante la falta de acuerdo presupuestario. La parte del discurso que hizo referencia a ellos, exigiendo el muro con México y visados supeditados a la condición económica y rechazando la reagrupación familiar, difícilmente va a alcanzar el consenso necesario ni contribuir a alterar el récord negativo de valoración popular que ha alcanzado su mandato pese a la mejora de la economía y el empleo. Sin embargo, lo más preocupante del discurso de Trump, además de la total ausencia de mención al Rusiagate que le acecha, fue su empecinamiento en una política exterior que se podría resumir en una sola de sus frases: “La debilidad es el camino más seguro hacia el conflicto y un poder sin par es la forma más segura de defensa”. Le sirve para justificar desde su política de presión total sobre Corea del Norte a la revisión del tratado nuclear con Irán, la negativa a cerrar Guantánamo o su apuesta por “modernizar y reconstruir” el arsenal nuclear, que revertiría las políticas de desnuclearización y cuestionaría los acuerdos al respecto con Rusia, señalada junto con China como “rival”. Es como si Trump, tras pretender y lograr polarizar la política de EEUU, no comprendiera los riesgos de hacer lo mismo con las relaciones internacionales, que se empeña en supeditar a su visión del mercado y la economía.
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