Suele decirse que cuando Alemania estornuda, Europa coge un resfriado. Pero los resultados de las elecciones de ayer indican que el país que es motor económico de la Unión puede padecer algo más que un mero síntoma y que el riesgo de contagio al resto del continente es amplio. La victoria -amarga, por varios aspectos- de Angela Merkel supone, por un lado, una apuesta firme por el continuismo. No en vano la canciller y su partido llevan doce años en el poder con distintas fórmulas y, pese al evidente desgaste, han logrado revalidar una mayoría holgada, aunque insuficiente. La CDU de Merkel obtiene un (33%) de los votos, un aval para intentar un cuarto mandato pero que le obliga a buscar socios para conformar gobierno. “Esperábamos un resultado mejor”, confesó la propia canciller. Los pésimos resultados del Partido Socialdemócrata (SPD) de Martin Schultz, que cosecha una debacle sin paliativos al obtener el menor apoyo popular de toda su historia tras haber sido socio de Merkel en una complicada legislatura, aleja la posibilidad de reeditar la gran coalición que ha gobernado Alemania en los últimos años con buenos resultados pese a la crisis económica. Los propios dirigentes del SPD descartaron ayer mismo, tras tener conocimiento de los resultados, regresar al Ejecutivo. Ante esta situación, Merkel deberá mirar a la única posibilidad real que le queda, la de coaligarse con los Verdes y los Liberales para formar un gobierno que despierta demasiadas incógnitas. Más allá de la pura gobernabilidad, las elecciones alemanas constataron, asimismo, el lamentable auge de la ultraderecha, un fenómeno que se ha ido extendiendo por toda Europa y que regresa a Alemania con toda su crudeza al irrumpir en el Bundestag por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial tras el ignominioso periodo de gloria del Partido Nazi. La formación xenófoba y antieuropea Alternativa por Alemania (Afd) es la tercera fuerza del país con 90 diputados. Es la consecuencia más negativa de unos comicios que han estado caracterizados por el creciente desinterés de la ciudadanía pero que van a marcar el futuro no solo del país germano sino de toda Europa. Merkel tiene ahora el desafío no solo de conformar un gobierno estable, sino de mantener su apuesta por una Europa fuerte, integradora y unida.
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