La renuncia de Nagua Alba a seguir liderando Podemos Euskadi solo año y medio después de su toma de posesión como secretaria general y la apertura de un nuevo proceso de primarias vuelve a constatar la realidad de un partido sometido a una crisis permanente, casi estructural, que objetivamente debilita su propia estructura, desgasta y desmotiva a su militancia y desconcierta a la ciudadanía -no solo a sus votantes reales y potenciales- y, en consecuencia, diluye el propio proyecto político que intenta trasladar a la sociedad. Desde la celebración de la asamblea de Vistalegre II, con el triunfo incontestable de Pablo Iglesias y la clamorosa derrota de Iñigo Errejón, se esperaba que tarde o temprano las aguas revueltas en Podemos alcanzaran a su filial en Euskadi. No en vano la dirección que encabezaba Nagua Alba no había ocultado su afinidad por Errejón y sus propuestas políticas, tanto a nivel organizativo interno como hacia el exterior. Era, por tanto, un cierto contrasentido que las tesis aprobadas por amplia mayoría de las bases en Vistalegre y la elección de las personas encargadas de llevarlas a cabo no tuviese una traslación a Euskadi. El sector crítico ya había anunciado que daría la batalla en ese sentido, máxime cuando la dirección vasca no terminaba de poner en práctica la decisión mayoritariamente adoptada. Las explicaciones dadas por Alba para su renuncia -que, por cierto, no difieren un ápice, más bien al contrario, de las que tradicionalmente han dado los representantes de la vieja política cuando han querido desviar la atención de la realidad- no permiten conocer si ha sido la iniciativa de 19 de los 47 círculos de Podemos Euskadi de exigir a Madrid la celebración de una Asamblea Ciudadana en la CAV similar a la de Vistalegre II la que le ha llevado a dimitir y a convocar nuevas primarias, pero el hecho de que hubiesen hecho público su comunicado justo la víspera de su comparecencia ayer es significativo e indica que ha sido la gota que colmaba el vaso. La formación morada regresa así a un periodo de convulsión interna, algo a lo que está muy acostumbrada en su aún corta vida, en la que ha tenido ya tres direcciones. En términos coloquiales, Podemos no termina de hacerse mayor y su estado de crisis permanente, lejos de consolidar al partido, puede terminar por dinamitarlo.