Sí, es verdad, igual algún año de estos podríamos aprender de la red de urinarios públicos que despliegan los amigos pamploneses en sus fiestas, pero más allá de que todo se pueda mejorar, igual deberíamos empezar por recibir unas clases de urbanidad y así, a lo loco, ponerlas después en práctica. Ya que hemos acabado en La Blanca y el Día de Santiago con los burros, los toros y la presencia de los animales salvajes en el circo, tal vez no estaría de más terminar también con los cerdos que consideran que la calle es el mejor sitio para deshacerse de su “agüita amarilla”, que cantaban Los Toreros Muertos. No es algo exclusivo de la época de La Blanca, por desgracia. Pero parece que algunos entienden que en las fiestas hay vía libre para todo y el efecto se multiplica. No cuesta tanto, de verdad. Es sólo cuestión de tener un poco de educación. No hace falta estudiar un doctorado en física cuántica. Se trata de tener respeto, para empezar, por uno mismo y, después, por los demás. Y da igual si se está en plena calle -hay cantones en el Casco Viejo de Gasteiz que algunos deben pensar que son grandes baños a su disposición-, en un parque o en donde sea. Siempre hay un bar a mano, donde poder entrar y cantar: “Y creo que he bebido más de cuarenta cervezas hoy...”