El XIV Congreso de ELA que se cerró ayer con aprobaciones unánimes del informe de gestión de su Comité Ejecutivo, de la ponencia con la estrategia del sindicato para los cuatro próximos años y de la segunda reelección de Adolfo Muñoz Txiki, ha oficializado, llevándolo incluso a las directrices estratégicas, el barniz político con que el secretario general ha cubierto el discurso sindical en los últimos tiempos. Está legitimado para hacerlo. La primera fuerza sindical vasca, como relevante agente social, como la organización con más afiliados de Euskadi, tiene legitimidad para la crítica política, incluso si esta es descarnada. De hecho, es relevante la parte de las reivindicaciones sindicales que necesitan de la política para traducirse en realidad. Como es relevante la parte de las prácticas políticas que inciden en las relaciones laborales y, en consecuencia, en el ámbito de influencia y acción de los sindicatos. Además, la propia definición de ELA como abertzale le dota de una característica imposible de separar de la actividad política y obliga al sindicato a posicionarse. Ahora bien, el problema surge cuando se toma la parte por el todo y se convierte lo que Adolfo Muñoz definió el jueves como “resistencia” frente a la “globalización neoliberal” en crítica unidireccional y reiterada hacia un partido y las instituciones que este gobierna y se hace desde el parapeto de la no participación en los ámbitos de diálogo -o de discusión si se prefiere- que deberían determinar el modelo de relaciones laborales y si acaso, cuando pese al esfuerzo no es así por falta de acuerdo, dar fundamento a la acción sindical en defensa de los derechos de los trabajadores. Haciéndolo así, ELA puede incurrir en el error de dar a entender que prima o antepone la crítica política a la actividad sindical o que utiliza la primera como herramienta de la segunda para la confrontación en un ámbito muy concreto, el del sector público, que centra un gran porcentaje de los intereses sindicales de la central liderada por Txiki Muñoz y al que sin embargo son difícilmente aplicables las airadas soflamas de este contra la precariedad. En cualquier caso, en Euskadi, tanto el posicionamiento político como la actividad sindical y hasta la “resistencia al neoliberalismo” necesitan más debate y menos discurso, más consenso y menos crispación. Más proactividad. Algo a lo que no está contribuyendo la reiteración en el mensaje político por el sindicato.
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