Escribió José Ortega y Gasset en sus Meditaciones del Quijote aquello de que yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo. A estas alturas del partido, el menda, poco habituado a filosofar más allá de los habituales recesos de consumición rápida y conversación espiritosa, empieza a ser consciente de que la humanidad es la peor lacra que ha padecido la Tierra en su extensísima existencia y que, dadas las circunstancias -valga la redundancia-, cualquier calamidad natural que acontezca en detrimento del bienestar de hombres y mujeres tendrá, en cierta manera, un sesgo de justicia divina, una suerte de Ley de Talión, un ojo por ojo y diente por diente divinos para saldar cuentas por los agravios sufridos desde que los humanos campan a sus anchas en esta esfera celeste. El calentamiento global, el deshielo de los polos o la progresiva disminución de la capa de ozono tienen pinta de ser parte de la respuesta orquestada por la providencia para saldar cuentas por la desaparición de bosques y especies, el consumismo como filosofía de vida, la codicia, la ambición desnortada y la avaricia humanas. Dicho lo cual, o mucho me equivoco, o las circunstancias, sean propias o ajenas, van camino de salvarse por sí mismas sin necesidad de atender a las necesidades humanas.