he de confesar que cuando Killian Jornet anunció que iba a subir al Everest a su manera me dio la impresión de que se podía meter en una encerrona, y las encerronas en el monte no son ninguna tontería. Zapatero a tus zapatos, o a tus zapatillas ultraligeras, pensaba. Sí, es un corredor sobrehumano, físicamente no hay nadie como él, pero... Uno; subir a la montaña más alta de la tierra en culote y camiseta se puede pagar caro, y dos; en una pared de hielo a 8.000 metros de altura no solo hacen falta piernas y pulmones, en la mochila hay que llevar un bagaje técnico y una experiencia previa, además de barritas energéticas. Pues bien, me trago mis prejuicios ante todos los lectores de DNA, porque aquí el caballero ha subido dos veces en una semana, y a toda hostia, permítaseme la expresión. Incluso tras la primera escalada pensé que se la había jugado y bien. Subió vomitando todo el camino, cosas de la falta de oxígeno, supongo, pero llegó y volvió, que es lo más importante. Ahora ya solo le quedaba para cerrar su proyecto el Elbrus, un monte romo que para este deportista es como una excursión dominguera a las pozas de Sarria. No tenía por qué volver, no tenía nada que demostrar, y casi bate el récord del mundo. Espero que no se haya dejado el móvil arriba, porque éste es capaz de volver a buscarlo.