Como de costumbre, y sin ánimo de ofender más allá de lo imprescindible, hoy asomo el hocico en esta atalaya mediática para exponer con todo lujo de eufemismos uno de esos temas que, de servir, tendrían que hacerlo como terapia conductiva-conductual. Pese a que soy consciente de que un espacio conspicuo como éste debería animar al filtrado eficaz y riguroso de los textos que llegan a sus dominios, hoy lo voy a exprimir para trasladarles uno de esos rasgos que acostumbran a definir con alemana precisión mi personalidad, perjudicada ésta por varias décadas de lectura viciada de textos y titulares. Todo ocurrió tras dedicar varios días a leer y releer periódicos, subrayar infografías e informaciones y recabar datos en Internet. Con todo ello, creía haber domado la indómita bravura de varias de mis neuronas para memorizar los horarios y el itinerario de la reciente maratón celebrada en Vitoria. Fue un esfuerzo ímprobo ideado para eludir la competición un día en el que me tocaba circular por la ciudad. Sin embargo, está visto que hay células que no acaban de asumir su función con cotidiana normalidad. Así, el día de autos me metí hasta el zancarrón en la carrera, dejando para la posteridad mi cara de pasmado, que debió de ser antológica. Y lo peor es que me temo que no será la última vez que ocurra.