Zapeo entre varias tertulias matutinas centradas en analizar el resultado de las primarias socialistas y todas coinciden en algún momento en apostar por quién será el más beneficiado por el triunfo de Pedro Sánchez, si Mariano Rajoy o Pablo Iglesias, somos así de puñeteros. Me temo que el futuro no está escrito, por más que intentemos atisbarlo en nuestra particular bola de cristal. Cuando el domingo por la noche vi el primer avance de la victoria de Sánchez me vino a la mente la secretaria general del partido en Sevilla, aquella mujer que entre un mar de periodistas y cámaras intentaba acceder a la sede de Ferraz tras la dimisión en bloque que acabó forzando el famoso Comité Federal del 1 de octubre y la dimisión de Sánchez y que dejó una frase para la historia: “La única autoridad soy yo”. Y es que si alguien ganó el domingo fue la militancia del PSOE, toda la militancia, votara a quien votara, por evidenciar que es en los militantes donde reside la voluntad de los designios del partido, haya ganado Sánchez o hubieran ganado Susana Díaz o Patxi López. La tarea que tiene por delante Sánchez para recuperar su partido es tan ingente como sorprendente ha sido su victoria derrotando a una maquinaria apabullante que parecía invencible.