Será por la falta de costumbre, pero el otro día experimenté en carnes propias lo difícil que resulta hacerse entender allende las fronteras del terruño patatero cuando se trata de explicar que Foronda es actualidad estos días porque, por fin, vuelve a transportar pasajeros con cierta asiduidad. Me ocurrió durante los pasados días de asueto espiritual y recogimiento religioso en un pequeño pueblo de la Castilla más profunda. Allí, sin más distracciones que las derivadas del aleteo indiscriminado de todo tipo de bichos, insectos y personajes de pelaje y condición variadas, surgió media hora de conversación, sudor y lágrimas en la que armado de ardor alavés y de dialéctica celedoniana no me quedó más remedio que rezar a San Prudencio, a Estíbaliz y a la Virgen Blanca para que me concediesen el don de la serenidad, eso sí, todo ello tras apurar varios chupitos de pócimas de las que hacen crecer la barba. Entre los brindis elaboré sesudas explicaciones que se referían a los agravios sufridos por el aeródromo a manos de todo tipo de confabulaciones del Gobierno central. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que en el pueblo en el que estaba ni siquiera había un médico que visitase enfermos ni un cura que diese misa. Al final, todo tiene su importancia, pero cada cual la entiende según su realidad y sus necesidades.