Me resisto a creer que Esperanza Aguirre diga adiós. Si dimitió dos veces y dos veces volvió, ¿por qué no la tercera? Como ha tuiteado Gabriel Rufián, parafraseando al gran John Lennon, “la vida es eso que pasa entre dimisión y dimisión de Esperanza Aguirre”. La lideresa es sin duda uno de los grandes animales políticos de la escena española, una chuck norris literal del sector: ha sobrevivido a un accidente de helicóptero y a una cadena de atentados en Bombay. El primer episodio le igualaría con Mariano Rajoy, el segundo le da la victoria de largo. Y protagonizó una hazaña aún mayor según los estándares de Winston Churchill: sobreponerse a los enemigos dentro de su propio partido tras su intento de quitarle la silla a Rajoy y, a pesar de perder la jugada en aquel legendario congreso de Valencia de 2008, mantener su poder. Hasta en lo que parece su canto del cisne político, asediada por las ranas de la charca, ha dado muestras de su carácter y le ha dejado un sibilino recadito a Rajoy: me voy, sí, has ganado esta batalla -parece decir-, pero digo que me voy porque fallé en la vigilancia, lo mismito que tú con Gürtel, Bárcenas... Lo tiene difícil ya Aguirre, es cierto. Demasiadas ranas, demasiadas sospechas y demasiados enemigos. En la competición de resistencia, parece que Rajoy le ha ganado.