esperanza Aguirre lloró, se derrumbó... ante los medios de comunicación y ofreciendo su mejor perfil a las cámaras. Da penita la lideresa. “A lo largo de mi vida política he nombrado más de 500 altos cargos y solo dos me han salido rana”, proclamaba hace apenas un año en una comisión de investigación sobre la corrupción en la Comunidad de Madrid. Para entonces, por cierto, ya eran 22 las personas de su confianza investigadas por la Justicia. Era una época en la que todavía se creía invencible e intocable. Se reía de todo y de todos, aparcaba donde le daba la gana, se escapaba de la policía, pululaba por los platós de televisiones amigas haciendo y deshaciendo, lanzando sus mensajes y dando a entender a enemigos y rivales que saldrían muy mal parados si se atrevían a tocarle las narices más allá de lo recomendable. Se sentía imprescindible y sonreía satisfecha cuando presuntos gurús de la comunicación -ya en decadencia y con claros síntomas de senilidad- intentaban relanzarla como la punta de lanza del neoliberalismo que tanta falta le hacía a España. Pues bien, un año después, Esperanza Aguirre llora por su amigo y protegido Ignacio González, el último corrupto al que han llevado a la trena. El círculo se estrecha, ¿verdad Rajoy?