Iba caminando por Gasteiz el otro día y un objeto llamó mi atención. Sobre un banco -un banco de los de sentarse, aclaro- había un libro. Allí, solitario. Rebelión en la granja de George Orwell, para más señas. Miré alrededor. Nadie. Y la duda: ¿el lector había olvidado allí el libro o lo había dejado allí con premeditación y alevosía, quizá con la esperanza de que a otro ciudadano le tentara y decidiera adentrarse en la fábula orwelliana? Seguí caminando, pero reconozco que me pareció sugerente que precisamente ese libro esperara allí, olvidado o abandonado, que alguien lo recogiera, confío que con la intención de abrirlo y darle una oportunidad y quizá leerlo y, poniéndonos ya caprichosos, disfrutarlo ¿por qué no? En estos tiempos de literatura de usar y tirar que, por otra parte, no es un fenómeno nuevo y que afecta a casi todos los ámbitos sociales -más allá de que actualmente dispongamos de nuevos medios que facilitan hasta límites insospechados la exaltación de lo inane y de sus autores como si fueran trascendentales- aquel libro, en papel, de un autor cuya obra está de indudable actualidad pese a que esta novela en cuestión se publicó en 1945, me hizo montarme esta película seguro que ingenua pero creo que esperanzadora. No he vuelto por el banco, no sé que ha sido del libro.