el PSOE arrancó ayer una de las carreras por el liderazgo del partido más cruciales de su larga historia. La puesta de largo de la ya anunciada candidatura de la presidenta andaluza, Susana Díaz, a las primarias por hacerse con la Secretaría General socialista, acto al que quisieron contraprogramar los otros dos precandidatos, el ex líder Pedro Sánchez y el ex lehendakari Patxi López, ofrece una imagen bastante aproximada a la realidad de un partido herido por la fractura interna y que se enfrenta a un duelo abierto y cruento en el que está en juego su propia supervivencia -al menos, a la altura de su historia- y, en consecuencia, su capacidad para ser alternativa de gobierno en el Estado español. Por si había dudas sobre el nivel de enfrentamiento entre las distintas candidaturas, fue precisamente el cabeza de una de ellas, Patxi López, quien hizo un significativo llamamiento a todos los socialistas a dejar atrás “las peleas de barrio”, una descripción que casa bastante con la situación actual del PSOE y que esta precampaña para las primarias amenaza con acrecentar. El problema es que, en efecto, el enfrentamiento -que nace de la estrategia política de Pedro Sánchez y su negativa a facilitar la investidura de Mariano Rajoy y de su muy cuestionable descabalgamiento por el aparato- parece una pelea de partido, cuando los autoproclamados candidatos deberían estar debatiendo de política, de ideas, de propuestas no solo para sacar al PSOE del pozo, sino para aspirar a gobernar. Con todo, la carrera ha arrancado con una evidente desigualdad de fuerzas. Susana Díaz exhibió ayer el arrollador apoyo del aparato y de la vieja guardia socialista: desde Felipe González hasta Zapatero, pasando por Alfonso Guerra, Pérez Rubalcaba, ex ministros, barones, presidentes autonómicos y el significativo respaldo de Eduardo Madina. Su arranque con el enunciado “España nos necesita y el PSOE está dispuesto a hacerse cargo” es toda una declaración de principios. Por su parte, Sánchez sigue jugando la baza del supuesto apoyo de la militancia socialista frente a un viejo y antidemocrático aparato; y Patxi López se esfuerza en concretar una -a la vista está- imposible tercera vía. La batalla apenas ha comenzado, pero el PSOE puede perder con ella la oportunidad de ser un partido unido al servicio de los intereses de la ciudadanía.