Se le presuponía cordura, pero los hechos quisieron desmentir las apariencias. Aquel hombre, encorbatado, pulcramente vestido y con una apariencia de caballero respetable, empezó a berrear y a hacer muecas que, como poco, alcanzaban el grado de espectáculo grotesco. No tardaron en aparecer las risitas, los comentarios y los chascarrillos. Incluso, hubo profesionales que diagnosticaron aquello desde una perspectiva psiquiátrica. Entendían que lo visto y lo vivido sólo podía obedecer a alguno de los síntomas de una enfermedad de ésas que requieren un largo tratamiento en un sanatorio especializado en poner remedio a las goteras que aparecen en la sesera cuando ésta no rige en condiciones. Pero, lo que son las cosas. Tras varios meses repitiendo el espectáculo por medio país, resulta que el presunto demente es ahora uno de los hombres más poderosos del planeta. Y, lo que es peor, desde su atalaya como presidente de los Estados Unidos de América ha descubierto que se gusta en su papel de personaje perturbado. Por eso no duda en regalar a la humanidad, día sí y día también, sus locuras en forma de mensajes, intenciones y propuestas para deleite de propios y para acongojo de extraños. Ya lo dice el refrán: De airado a loco va muy poco...
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