Me dice el responsable de un evento cultural que se lleva a cabo en el territorio a base de mucho trabajo voluntario -léase, sin ver un céntimo- que lo peor que le pasa a quienes están involucrados en la historia es que son demasiado auto-críticos y que, de vez en cuando, necesitan escuchar voces ajenas para darse cuenta de que incluso están haciendo algo bien. Eso, en realidad, nos pasa a muchos en diferentes aspectos de la vida. No nos ponemos en valor. Pensamos que no podemos, que no tenemos las capacidades para hacer esto o lo otro, que la posibilidad real de que las cosas salgan mal está por encima de la ilusión de que algo funcione. Ser precavido es bueno. Eso lo aprende cualquiera cuando es joven a base de intentos de ligue de sábado noche que terminan con fracaso absoluto, aunque siempre haya una barra cerca para olvidar o, incluso, coger fuerzas inconscientes para volver a intentarlo. Porque algunas veces -a poder ser, estando sobrios, entiéndase- hay que apostar por uno mismo, incluso siendo consciente de las limitaciones y de los problemas. Hay que ser valiente para decir que no. De eso no hay duda. Y hay que ser valiente para decir que sí. Lo que no puede ser es quedarse entre Pinto y Valdemoro. Eso no tiene gracia.