Siempre he pensado que cualquier causa, presente o presunta, que incluye entre su ideario y modus operandi cercenar el arte y la cultura, la suya si la tiene o la del vecino si es que le incomoda, se autocalifica o mejor dicho, se autodescalifica. Pensaba en esto al escuchar la noticia del tipo que intentó entrar a machetazo limpio el otro día en el Museo del Louvre. No me ha quedado muy claro si realmente se trató de un ataque terrorista de corte yihadista y, de ser así, si el objetivo eran los militares que custodiaban la entrada o el propio museo, o si el hombre simplemente no está demasiado en sus cabales. Pero me quedé con el detalle precisamente de que un lugar como el Louvre esté custodiado por el Ejército. Se me ocurren pocas cosas más lamentables y sintomáticas de los males de nuestros días. He tenido la inmensa fortuna de visitar ese museo un par de veces. Entrar al Louvre es, si uno se deja llevar un poco, una fantástico viaje por la Historia. Incluso puede ser un motivo de reflexión sobre el consumo del arte -y digo consumo- en estos tiempos: pásmense ante el fenómeno sociológico que se produce ante La Gioconda. Aunque para mí el Louvre siempre será uno de los escenarios de Los tres mosqueteros, es decir, refugio. Que en cierto modo es lo que puede ser el arte para la humanidad, libertad, belleza y refugio.