La presentación pública de la segunda parte del denominado Informe McLaren (la primera parte fue publicada en julio), encargado por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) al especialista canadiense Richard McLaren para investigar las denuncias del exdirector del laboratorio antidopaje de los Juegos de invierno de Sochi 2014, Grigory Rodchenkov, acusando al Estado ruso de establecer un sistema de dopaje, falsificación de controles y encubrimiento de eventuales positivos no hace sino corroborar certezas más que sospechas en el mundo del deporte de alta competición. Ni siquiera las escandalosas cifras a las que alude McLaren (más de mil deportistas rusos de treinta disciplinas estuvieron involucrados o se beneficiaron de prácticas de dopaje de Estado en Rusia entre 2011 y 2015) presentan la verdadera proporción de un problema que, pese a no analizarse así, supera las fronteras a las que se limita el estudio, que solo cuenta la verdad a medias. No es, no puede ser, casualidad, por ejemplo, que Gran Bretaña multiplicara por dos el número de medallas en los Juegos Olímpicos en ocho años, los que van de Atenas 2004 (treinta medallas, nueve de oro) a Londres 2012 (65 medallas, 29 de oro); o que China hiciera casi lo propio en cuatro años menos, desde la cita griega (63 medallas, 32 de oro) a Pekín 2008 (cien medallas, 51 de oro). Tampoco que España pasara de las 4 medallas de 1988 a las 22 de 1992 en Barcelona, cifra que no ha vuelto a alcanzar. Por no hacer comparaciones: si con todo un sistema de Estado para favorecer el dopaje, el mayor acopio de medallas olímpicas por parte de Rusia data de 2004 (92 podios), Estados Unidos ha superado siempre desde entonces el centenar, llegando en los pasados Juegos de Río a las 121 medallas. Y no se trata de exonerar a los responsables del caso ruso, sino de analizar con idéntica severidad todos los sistemas de alto rendimiento, toda vez que la supuesta moralidad pública que, desde los organismos internacionales del deporte, impulsa la lucha contra el dopaje en este siglo XXI, parece reñida con la enorme relevancia socioeconómica -y política- que se atribuye a los éxitos deportivos y que ha permitido precisamente un crecimiento de esos mismos organismos insospechado hace apenas medio siglo, muchas veces con permisividad, cuando no colaboración, en lo que hoy descalifican y pretenden perseguir.